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Por: Niño de la Verónica

¡Que tal amigos! Ésta semana quise retrasar un par de días la columna para poder recordar a través de historias a una leyenda.
El hombre Rodolfo Rodríguez que encriptó en letras de oro la leyenda de “El Pana” en la historia del toreo mexicano, con éstas letras no pretendo llenarme la boca de un hombre con el que no pude convivir a distancia por pena o miedo ya que cuando me acercaba a él, su personalidad me imponía y sólo me atrevía a saludarlo y pedirle una foto.

Lo que me ha llenado es la cantidad de historias que he escuchado por boca de gente muy cercana a él, de entre ellas la de un hombre que no ha buscado jamás pararse el cuello ni llenarse la boca como muchos que se dijeron cercanos al brujo y como él me dijo no vivieron ni un poco de los peores momentos que tuvo el apizaquense, tanto en el ruedo como fuera de él.

Me hizo ver que “El Pana” tuvo muchos momentos interesantes con algunos personajes conocidos en el mundo taurino, pero que realmente no confiaba ni en su propia sombra, me contó un poco de los días previos al percance que le cortó la vida pero le extendió las alas un mes después, hace un par de años.


El personaje que me contó sólo un poco lo mantendré en el anonimato dado que él jamás ha querido figurar hablando del brujo. Espero recordar la mayoría de detalles de aquella historia.
Me contaba que “El Pana” quería sentirse como en sus días de torerillo e hicieron prácticamente todo el viaje en autobús, un viaje larguísimo un día antes hasta la casa de un amigo del maestro, a una carne asada, y me contaba que al maestro podría faltarle todo excepto su Coca Cola y su cajetilla de Marlboro, el maestro se mantuvo muy sereno y muy alejado de toda la gente esa noche, quizás presintiendo algo o simplemente quizá extrañando esos tiempos dónde recorría la legua, esos tiempos de torerillo romántico.

Como si él oliera la muerte, entre tantos videos que ví, se le veía una mirada distinta, un cansancio notable, un cuerpo corrida a corrida más mermado, incluso esa tarde después de verse en el piso después de haberse visto embestido por “Obrero” no era el mismo “Pana”. Terminó por cortarle una oreja después de regresar de la ambulancia, impulsado por el público. En su última vuelta probó las mieles del triunfo, el amor de la gente y su último trozo de pan.

Y fue un “Pan Francés” aquel que el destino decidiera quitarle los pies del piso para emprender el vuelo a la eternidad, a la gloria, a la historia. Fue un oficio quien le dio nombre a su leyenda y fue un toro con nombre de pan quien hiciera inmortal esa leyenda. Murió como quería en un ruedo, dando cara al toro. Porque aunque físicamente murió un mes después, el hombre, el nombre y la leyenda murieron ese domingo en el ruedo, porque estar encerrado en un cuerpo inerte era una muerte en vida, si algo debía el maestro en ésta vida lo pago en el mes que su cuerpo se mantuvo aún entre nosotros, porque su alma ya estaba toreando en el paraíso.

Como hace un par de años sólo puedo agradecerle entre lágrimas el haberme devuelto así como a muchos aficionados esa hambre, esa ilusión y ese amor por la fiesta más hermosa, gracias por esa autenticidad que no aceptaba medias tintas, te odiaban o te amaban pero jamás pasaste desapercibido, ni indiferente. Gracias por todo maestro.

“Quiero brindar este toro, el último toro de mi vida de torero en ésta plaza, a todas las daifas, meserinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas. A todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed, cuando “El Pana” no era nadie, que me dieron protección y abrigo en su pecho y en sus muslos, base de mis soledades. ¡Que Dios las bendiga por haber amado tanto!”
Rodolfo Rodríguez “El Pana”