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CUANDO EL ESPÍRITU SE CUBRE DE BRONCE


Rafael Salas Vazquez 

¿Qué condiciones considera el hombre para acceder a la superación?

Entre los humanos, tener talento y lograr algo con él, va de la mano con un profundo esfuerzo. Son años de trabajo, de tesón, perseverancia. Pocas veces, además, se logra un buen fin, si no hay todo un esfuerzo colectivo. Apoyo de familiares, amigos, compañeros y profesionales que dedican horas a pulir el talento y potenciar el esfuerzo.

Hay hombres que además, deben superar condiciones extraordinarias como una discapacidad. Eso los enaltece todavía más. 


Leonardo De Jesús Pérez Juárez, tlaxcalteca, de 28 años, originario de San Simón Tlatlahuquitepec, Xaltocan, es un ejemplo de ello. Este atleta paralímpico de alto rendimiento ha alcanzado en estos días una de sus metas. Medalla de bronce en los 100 metros categoría T52 en los paralímpicos de Tokio 2020.

Pero no fue nada fácil.

“La primera batalla de Leonardo fue nacer con una discapacidad”. Es la frase con la que su entrenador, Martín Diaz López, nos habla de las diferentes circunstancias que han traído a Leonardo hasta aquí. De padre albañil y madre ama de casa, nunca hubieran imaginado la sensación que los sobrecogió al enterarse que su hijo nacía sin piernas y con una mano. Pero es ahí donde la templanza cobra un nuevo significado. A base de amor, cariño, mucho esfuerzo y dedicación lograron sacar adelante a Leonardo, lo hicieron doblemente fuerte. 

Leonardo rememora con amor los trabajos de su padre, que lo tenía que cargar cada que lo llevaba a la ciudad de México a sus terapias. Por eso Leonardo siente un profundo respeto y valora todo el cariño que recibió de su familia.

En un entorno social donde muy poca gente está sensibilizada para tratar con personas con tales diferencias, desarrollarse emocionalmente y físicamente resulta complicado. Nadie creía en él cuando se hizo el propósito de entrenarse para ser un atleta. Nadie creyó que lo lograría. Lo más difícil siempre es empezar. A partir de ahí, no puede sino ir a mejor. “Recuerdo que el IDET le asignó una beca más bien simbólica”. Y sucedía, por ejemplo, que si se rompía un tubular yo lo tenía que comprar. A veces era repararlo o comprar un gallito. Un tubular cuesta alrededor de mil pesos. Afortunadamente Leonardo es un hombre de principios, y con muchos esfuerzos, él iba pagándolo. Nunca quedó a deber ni un peso.

Martín, el entrenador, hizo un proyecto para la Conade, la Federación de Silla de Ruedas. Tenía como 40 niños a nivel nacional porque su idea era trabajar con jóvenes, ya que los más grandes pues ya contaban con algo de trayectoria. Leonardo, desde los 12 años comenzó a despuntar, a mejorar. De hecho, algunos medallistas fueron del equipo entrenado por Martín.

Lamentablemente, muchos también se pierden en el camino. Ya sea por no poder continuar, por circunstancias personales, por muchas cosas.

Una vez, completamente abocados al entrenamiento, resulta que hubo un robo de sillas, y entre ellas se llevaron la que usaba Leo para entrenar. Eso fue un golpe muy duro pero no les hizo perder el ánimo. Era sólo un obstáculo más que iban a superar. Se comenzó a involucrar en las olimpiadas nacionales, ganó medallas. Su beca fue aumentando en la medida que se iba haciendo un nombre y comenzaban a creer en él. Aun así, las precariedades son muchas más. Por ejemplo cuando él gana su medalla de bronce en Londres, le tuvieron que proporcionar un guante que había pertenecido a otro atleta. Fue recuperado, fue mandado a reparar. 

“Sí, había confianza en su desempeño”, explica Martín. “Yo sabía que en Londres podía ganar, porque cuando logra la clasificación en la categoría que le toca, hice cuentas, revisé rankings y vi que podía”.

De hecho, en su primera competencia internacional logra el primer lugar, pero por cometer una falla técnica es descalificado. Eso fue en la competencia de los 400 metros. 

Afortunadamente, a partir de su medalla en 2012, a Leonardo lo empiezan a conocer, a identificar. El ganar una medalla olímpica siempre hace verse diferente. Empiezan a llegar los apoyos y, lamentablemente, también el desbalanceo. Hay veces que incluso las buenas situaciones en la vida también producen desconcierto. Leonardo en ese momento se desbalancea, de no tener nada a tener todo. Pasa por etapas complicadas. Esas experiencias lo hacen ver las cosas, ser más humano. Aprender de la vida. Tuvo que pagar los impuestos de ser novato.  Con todo, participa en un mundial en 2013, logra buenas marcas, pero no es lo que realmente espera de sí mismo. Nuevamente retoma el impulso, entrena mucho, trabajamos mucho con las miras ahora sí bien definidas. Ese esfuerzo da como resultado que para 2016, es clasificado en el lugar 4, y todavía con ganas de seguir trabajando duro.

Hay mucho trabajo en todo esto; desvelos, esfuerzo, compaginar los entrenamientos con la atención a su familia, su esposa, sus hijas. Pero todo valía la pena. “Así llegamos a clasificar en los juegos panamericanos de Lima en 2019”. Otra circunstancia complicada fue que en el traslado la silla de Leonardo se maltrató mucho. Llegó rota. Con la desventaja que suponía una silla dañada, los resultados no fueron los óptimos. De hecho fueron muy criticados por la gente, por la prensa, porque en esas competencias todo mundo ganó algo y ellos no. Pero fue por eso de la silla. Son cuestiones que la gente ignora. No se detienen a pensar en todos los esfuerzos e inconvenientes que suponen ser atleta paralímpico, con los apoyos a cuentagotas, con los grandes foros puestos en otras disciplinas. Siempre les interesa el resultado pero no se dan cuenta de todo lo que hay detrás.

Aun así, logra la clasificación y obtiene su boleto para Tokio 2020. Satisfacción total.

Pero entonces llega todo esto de la pandemia, el Covid. Todo el entrenamiento con miras a la fecha programada se viene abajo. Hubo que retomar el entrenamiento, replantearlo, en ocasiones modificarlo, porque generalmente entrenaba en el centro de alto rendimiento de Tetla de la Solidaridad, pero con la contingencia sanitaria no pudieron acceder más a él. Tuvieron que buscar otros sitios. Afortunadamente hubo alguien, Margarita Díaz López, que abrió las puertas de su gimnasio “Majestic”, ubicado en Ixtulco, y de esa manera pudo continuar su entrenamiento. También, obligados por las circunstancias, atleta y entrenador se aventuraron en las carreteras de Tlaxco, porque no se podían quedar quietos o todo lo logrado en condición física y rendimiento se habría perdido. El trabajo de Leonardo no habría tenido sentido. La dedicación de su equipo de muchos años: Fernando Mora Hernández, el preparador físico; Nahúm Cahuantzi de la Fuente, el fisiatra; Martín Díaz López su entrenador. Todos preocupados y al mismo tiempo motivados para llegar a Tokio a toda costa.

Para este viaje, y recordando el desafortunado suceso en Lima con la silla rota, Un solidario Rafael Salas Vázquez apoyó con un cajón especial para el traslado de la silla y de esa manera llegara sin un rasguño. Gracias a eso, al trabajo, la dedicación, el compromiso de todos los que forman el equipo alrededor de Leonardo, es que estamos aquí. Leonardo ha visto coronado su esfuerzo, su pasión. Ha mostrado su valía como ser humano, como deportista. Ha corroborado que la fortaleza de espíritu puede solventar limitaciones logísticas y económicas.

Leonardo, un tlaxcalteca de pura cepa, es un orgullo para todos los que saben de su tesón. Justo es que más personas nos enteremos de todo lo que significa su medalla de bronce, y de todo lo que aún puede lograr.