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Por: Niño de la Verónica

El sábado pasado más que ser un sábado de Gloria fue un sábado de resurrección, esto dicho por los tres alternantes de un cártel histórico en cualquier sentido, los maestros Miguel, Raúl y Rafaelillo repetían a cada momento esa frase sobre ser un sábado de resurrección, y lo decían no porque sus carreras estuvieran acabadas sino porque ellos volvieron a sentirse más vivos que nunca. Durante las últimas cuatro semanas volvieron a vivir como un matador de toros en activo, visitaban programas taurinos, daban entrevistas y tentaban en casi todas las ganaderías tlaxcaltecas.
Cada uno vivió esa noche a su manera, con alegría, con nervio, con misticismo, con ansiedad, con la emoción y el compromiso de calzarse de nuevo el traje de luces. En el particular caso del maestro Rafaelillo la alegría y el nerviosismo se sirvieron acompañarlo en su cuarto horas previas a hacer el paseillo en la “Ranchero” Aguilar, “ésta es mi verdadera piel” fueron las palabras del maestro mientras su mozo de espadas el famoso “Calafia” le ayudaba a ajustarse la taleguilla.
Ya en el patio de cuadrillas era un hervidero de gente minutos antes de comenzar el festejo, prensa y aficionados querían retratarse con los diestros, era demasiado la expectación y la algarabía como si fuera algún diestro ibérico quien estuviese ahí, pero no, eran tres diestros mexicanos del siglo pasado, literalmente se estaba viviendo historia pura, muchos quizás no habíamos visto a los tres maestros juntos y en palabras de ellos habían muchas anécdotas en común entre ellos.
Al momento de partir plaza fue como si público, matadores y cuadrillas estuviéramos inmersos en una cápsula del tiempo que nos llevó a la década de los setentas, con tres figuras de antaño que vinieron a reclamar su sitio en la actualidad, el nervio se podía sentir en el ruedo, en el callejón y en el tendido. Los tres alternantes muy sobrios, escondiendo los nervios y el miedo tras cálidas sonrisas, había llegado el momento.
El maestro Miguel mostró que aunque las facultades merman la clase, el temple y el sitio no lo borran los años, por el contrario como los buenos vinos con el tiempo mejoran sus cualidades. Con el capote mostró su estilo muy definido y unas chicuelinas con ese sentimiento que sólo los maestros pueden ejecutar con tanta cadencia y sin prisa, con la muleta se vió como en sus mejores años. Toreando por derecho y rematando por alto, el temple siempre fue su mejor arma.
El maestro Raúl que desde el paseíllo mostró su personalidad tan marcada hizo honor a la frase “ se torea como se es” ya que su toreo es muy sobrio, con mucha técnica pero con más sentimiento, bajando soberbiamente las manos con el capote, sin reponer, cargando la suerte, toreando con la verdad con la que ya casi nadie torea en la actualidad. Con la muleta no dio tregua ante un toro difícil que por el izquierdo era imposible se arrimó igual que si fuera de dulce el burel. Como decimos en el medio y disculpen ustedes amigos pero cabe la expresión “con un par de cojones” como si fuera un chaval buscando el contrato del siguiente domingo.
Y la noche no podía cerrar de otra forma sino con broche de oro, como esas noches mágicas en las que uno vuelve a creer en ésta hermosa fiesta. El maestro “Rafaelillo” como en sus mejores años, con una estampa de torero antiguo, con el cabello cárdeno claro y la coleta natural. En cada uno de sus toros mostró su torería, su gitanería, la solera, el sabor y el sentimiento que aún guarda en esas muñecas de seda. Con el capote dio cátedra con sendas verónicas y después las chicuelinas tan sentidas nos hicieron confirmar que el maestro atesora la solera que da el ser figura. Con la muleta nos hizo contener la respiración para después soltar el aire en un olé tan fuerte que retumbaron los mismos cimientos del campanario y es que después de pasarse al toro en un cambiado por la espalda y arar la arena con sendos derechazos el público estaba eufórico y el maestro como si estuviera jugando al toro en el patio de su casa tan tranquilo.
Como lo dije en la columna anterior todos salimos de la plaza sintiéndonos toreros y los maestros en el centro del ruedo con la sencillez que les caracteriza repartiendo autógrafos y tomándose fotos con esa afición que los extrañaba y los cobijó nuevamente en agradecimiento por la noche que nos habían regalado. Ojalá muchos toreros de la actualidad tuvieran esa sencillez y personalidad que los maestros conservan.
“Hay faenas que duran cuatros minutos y demasiadas que duran diez. Pero en ninguna faena grande hay más de veinte muletazos perfectos”
Antonio Chenel “Antoñete”
Para Luli Jimena, por tu cumpleaños hija.